Juan Cabrera. La profundidad de un rostro.


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Entonces, ya solo resta dejarse descubrir. Juan Cabrera sigue pronunciando las palabras del silencio, con voz de tumba y de mirada seca. Los ojos de la tierra no parpadean –podría decir alguien – sin embargo, solo no lo hacen aquellos tras los cuales no hay nadie. Estos llevan otra esencia, un germen de vida les pertenece y parecen reclamarlos en la histérica agonía de su silencio a gritos. A golpe de pincel nacen así los recodos de un camino hacia la existencia brusca, hacia la hosquedad de los misterios escondidos en alguna parte muy adentro de uno mismo. Más allá de las miradas no existe otra cosa, otras verdades no susurran secretos en la nuca, ni otros suspiros acuden al encuentro, fuerjuan-cabrera-33a de la fútil protuberancia del lienzo, donde se enmarcan los canales de la astucia y la observancia de un futuro plano y diáfano en la noche oscura (o en el sifón que empuja hacia sus dunas oleosas), fuera de ella, digo, tan solo existe lo que no es, ni fue, ni será, porque la misma identidad de quien observa está presente toda, fugaz (como solo puede ser) en la pintura que observa.

Juan_Cabrera-GranCanariaRespiremos ahora. Obtengamos, como un premio, la distancia necesaria para salir del huracán, cerrando los ojos y abriendo bien amplios los brazos del espíritu. En la tranquilidad que nos habita ahora sentimos la defensa de los párpados que nos protegen de la incógnita, los mismos que nos abandonan en la confusión del sueño. Poco necesitaremos, entonces, para darnos cuenta de que la huída es ficticia e insatisfactoria. Ellos siguen ahí, esperando pacientes nuestra acudida, pacientes digo, porque están seguros de ella, y no se equivocan. Es conveniente abrir de nuevo los párpados para enfrentarnos al lienzo que nos observa. Es el cuadro quien nos mira, y nosotros meras obras de arte en una exposición ambulante por las calles, los montes, las mentiras. ¡Será posible, pregunto arruinado de ideas y abandonado de virtudes, que sea entonces ahora el óleo lo que exista!, él todo, el dios, la vida, el aire que me infla el pecho, la sangre que me llena. Será entonces, pregunto, el misterio que me evocan. Sí, posiblemente esa misma mirada de óleos también haya cerrado los ojos cuando yo lo hice.

 

Santiago Santana

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