La razón de ser del Derecho Internacional Humanitario -el Derecho de la guerra-.


Estimados amigos,

 

En relación a este tema, creo, que es necesario hacer algún tipo de reflexión. Últimamente se está focalizando mucho la razón de ser del DIH en cuanto a su efectividad, o por decirlo mejor, en cuanto a su poca fuerza coercitiva. Es un elemento, sin duda, importante. Pero no el único.

La razón de ser del DIH debemos buscarla, según creo, en la existencia real de una conciencia colectiva en relación a los límites que debe tener un conflicto armado. Si comparamos las guerras de hoy con las de la edad media, o con las batallas de la época clásica, de seguro encontraríamos muchas diferencias – en cuanto a los métodos, las armas empleadas, las técnicas, las tácticas (aunque de esa época clásica son los grandes tácticos militares de la historia como Scipión Emiliano el Africano, o Alejandro Magno, cuyas tácticas se usan hoy en día por los ejércitos más modernos)-. Pero hay una diferencia fundamental que prevalece por encima del resto: la conciencia general y, si se apura, mundial, de que existen límites en las guerras.

En los textos históricos se puede ver, cómo la existencia de normas en los conflictos no es nueva. Sin ir más lejos, el tratado de Qadesh, firmado en el año 1278 a.C. entre Hattusil III -rey hitita- y Ramsés II -faraón egipcio, y que podemos encontrar aún hoy en día en los muros del templo de Amón en Karnak y en el Ramesseum, entre otros, es un ejemplo de ello. O las normas de Ciro I “El grande”, rey de Persina, del año 700 a.C. Sin embargo, estos y otros muchos ejemplos, solían ser normas parciales, que afectaban, por lo general, a dos Estados, y que no tenían un alcance global.

Cuando Henry Dunant escribe “recuerdo de Solferino” y comienza su cruzada, junto a un reducido número de simpatizantes influyentes, abre una puerta a la internacionalización del Derecho de la guerra. Y este, creo, es el verdadero fundamento y la razón de ser del DIH. Esta generalización y ratificación masiva de normas que limitan las técnicas inhumanas en los conflictos armados es lo que carga de sentido la existencia del DIH.

Es cierto, si lo miramos desde este prisma, que se trata de un Derecho joven, surje en 1865, pero no se carga de contenido hasta pasada la segunda gran guerra. En el arco temporal de la historia de la humanidad es muy poco tiempo. Tenemos que tener en cuenta que su evolución depende de los avances que se llevan a cabo, es decir, no es un derecho al uso, que regula relaciones entre particulares, que tiene organismos de contrastada eficacia. Quizá sea aventurado decirlo de esta forma, pero sigue siendo, según creo, un derecho de aplicabilidad experimental.

Si entendemos la edad real del muchacho -valga la comparación- nos daremos cuenta de que la magnífica conquista para la humanidad ha sido el mero reconocimiento de su existencia. Desde luego queda mucho por hacer, el DIH debe seguir evolucionando y debe seguir madurando. Y esa madurez la tiene que encontrar en el caracter coercitivo. Pero no todo son penas y sanciones. Este peculiar derecho internacional debe crecer en época de paz, es una opinión, para aplicarse en época de guerra. La concienciación debe estar creada antes del conflicto, para que pueda ser tenido en cuenta durante el mismo. Las fuerzas militares deben conocerlo, y concienciarse de que es necesario respetarlo, antes de que lleguen los momentos de combate.

Es cierto, entonces, que las sanciones por su incumplimiento deben llegar, y deben articularse mecanismos jurídicos y judiciales para que ello sea posible, de manera contundente. Sin embargo, su existencia o no, no deben mermar la fuerza de la esencia del Derecho.

Sin embargo, nuevas formas de hacer la guerra, en conflictos asimétricos, nos van llevando a temer que algún día pueda ser efectivo judicialmente hablando. Pero creo que el mero hecho de que nos aborrezcan las abominaciones llevadas a cabo por el terrorismo, es ya una buena señal de que este Derecho tiene una razón de ser muy importante. Se sigue creando conciencia, démosle y dediquémosle tiempo.

 

Un abrazo,

Santiago Santana

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