Senegal IX
De nuevo entramos en la selva, de nuevo vadeamos tres o cuatro ríos, de nuevo Casamance se alojaba en mi barba con la nube de polvo qe nos acompañaba.
Llegados a Oussoye, el chofer paró en una gasolinera para repostar. Me hace gracia lo que se puede pensar cuando hablo de una gasolinera en este cuaderno. Aquello no era más que una habitación llena de tierra y negras las paredes y el suelo por la grasa y el combustible. Ante ella, innumerables garrafas que se su día fueron amarillas o blancas, y hoy tenían un color indefinido. Allí paramos y, mientras repostábamos, vimos cómo Cons y el chofer comenzaron a discutir. Primero suavemente, más aireados luego, a grito límpio por último. Tan acalorada fue la discusión que, en ocasiones llegué a temer que llegaran a las manos. Al cabo de un rato se había congregado en torno a nosotros una marabunta de personas que opinaba, gritaba y tomaba partido en las discusión. Cons no respondía a nuestras preguntas, estaba muy enfadado, y nosotros, ajenos a todo, empezamos a preocuparnos por la situación, de la cua habíamos perdido todo el control.
Al cabo de un rato, y en un pequeño momento de tregua, Cons nos explicó que el chofer quería ahora cobrar tres veces más de lo acordado. Recordemos que antes había hecho hincapié en que habíamos negociado la cantidad de 17.000 francos CFA. Pues bien, por haber dado la vuelta y haber esperado por nosotros mientras hacíamos las entrevistas, pedía ahora 68.000 francos CFA. Cons se había negado en rotundo, adelantándose a nuestra lógica reacción y, por eso, aún seguíamos discutiendo una hora y media más tarde, cuando era de noche cerrada. Durante la discusión habían aparecido dos chicos canarios de Tenerife que nos ofrecieron su ayuda y sus consejos. Además de a su guía. Aquel revuelo no me hizo posible tratar con ellos tal y como me habría gustado. Tuve, sin embargo, ocasión de saber que eran trabajadores sociales, que se dedicaban a cuidar a menores inmigrantes llegados en cayuco a Tenerife. Estaban en Senegal recopilando mensajes de las familias de estos niños para llevárselos luego a ellos.
De repente, no se bien aún quien, alguien tuvo la idea de parar un taxi o un coche cualquiera que nos quería levar a Ziguinchor. De dije que era de noche, y, debido a la guerrilla, nos habían recomendado no viajar de noche por Casamance. Le dijimos a este nuevo chofer que nos acercara al campamento donde se hospedaban los canarios, mientras Cons seguía discutiendo con el chofer del micro-bus. Nosotros ya estábamos dentro del taxi. Sea como fuera, queríamos salir de allí, antes de que el revuelo fuera a mayores. Habíamos metido ya todas las maletas en el coche nuevo, incluso. Y seguíamos parados en medio de la nada de aquel pueblo. La gente nos pedía dinero y nuestras direcciones por las ventanas, algunos nos cerraban las puertas cuando nosotros las abríamos para que entrara el aire. El chofer de este coche entró al fin y nos dijo que no nos llevaba al campamento sino a Ziguinchor. Nosotros, por evitar otra discusión, y algún susto por la carretera, nos apeamos y bajamos las maletas nuevamente. En medio de la noche, unas manos me arrebataron la mía. La seguí con los ojos en medio del gentío, y ví cómo era depositada dentro del micro-bus.
Fui a recuperarla. Las manos eran las del chofer estafador. Cuando estaba volviendo a bajar mi mochila del micro-bus, Cons nos dijo que había llegado la policía.
La Gendarmería Senegalesa no siempre viste de uniforme. De hecho es raro que lo haga. Aquel Gendarme nos obligaba a entrar en el micro-bus. Nos llevaban a todos detenidos, a las diez de la noche. Yo quería ver una lógica en aquello: es dificil esclarecer los hechos en medio de la noche del gentío. Así que iba tranquilo, confiando, iluso de mí, en que todo el problema era el desacuerdo con el chofer. Sin embargo, no fue así, cuando llegamos a la policía, nos introdujeron en la comisaría y le dijeron al chofer estafador que se marchara.
Esto me extrañó muchísimo, y comencé a preocuparme de verdad.