Senegal VI
Salimos de Cap-Skirrin dos días después de haber llegado. Alquilamos un microbús para llegar a la región ribereña de Elenkin, principal punto de partida de los cayucos de la zona sur de Senegal (y hoy en día, casi la única debido al control del Frontex). Cuando íbamos de ruta, apenas diez minutos después de haber abandonado Cap-Skirrin, Cons nos comentó que el chofer conocía a varios chicos en el pueblo que de partida, que habían salido en cayuco y sido devueltos a Senegal por el gobierno español. Así que decidimos dar la vuelta y hacerles unas entrevistas.
Llegados a este punto diré algo que más adelante cobrará importancia. Antes de salir de Cap-Skirrin el precio que habíamos acordado con el chofer del microbús había sido de 17.000 francos CFA por llevarnos a Elenkin y luego a Ziguinchor. La cosa fué que dimos la vuelta, llegamos nuevamente al lugar de partida y allí no fue dificil localizar a los chicos y entrevistarlos. Aquellas entrevistas me gustaron bastante: tres chicos deportados y un guía que hablaba muy bien español, y sin pelos en la lengua. Realmente sentí que el documental estaba progresando a buen ritmo.
Terminadas las entrevistas comimos algo y salimos hacia Elenkin, el chofer nos había esperado mientras tanto. Aún no les he comentado nada de la comida en Senegal, y este puede ser un buen momento para hacerlo. Es cierto que en Senegal, no solo hay miseria, sino que, además, se pasa hambre. He estado en otros países azotados por la pobreza, de los que viene a la cabeza, como ejemplo, ahora mismo uno: Perú. Allí, la miseria es practicamente igual que en Senegal. En otra parte dije una vez que la miseria es igual en todo el mundo, y esto corrobora mi opinión. Si tomáramos una foto de las calles de Dakar o de Ziguinchor, y puedieramos quitar a todas las personas, habrán quienes digan que esa foto fue tomada en Perú, casi al otro lado del mundo. Pues bien, la diferencia que encuentro entre Perú y Senegal (o quizá solo una de ellas, no quiero decir disparates), es que en Perú hay miseria, pero la gente está mayoritariamente muy bien alimentada. Uno entra en una casa, por ejemplo, en Talara (al norte del país) y le ofrecen una cantidad de comida que es imposible terminar. Sin embargo, en Senegal las cosas son bien distintas. Quien desayuna no almuerza ni cena, quien almuerza es porque no desayunó, y dormirá con la tripa vacía, quien cena, ha estado todo el día deseando que llegue ese momento para saciar el hambre. Comer dos veces al día es un lujo solo reservado para unos pocos. Y ahora, me permito una reflexión: nosotros estábamos en Cap-skirrin, haciendo las entrevistas en una casa que nos había permitido hacerlas, como favor. No nos conocíamos de nada. Cuando terminamos las entrevistas, vemos cómo la familia de la casa se sienta a la mesa. Entre ellos, un enorme plato de latón lleno de arroz y cubierto de pescado y salsa. En derredor, reposando en su borde, cucharas soperas, y más allá, sentados en las sillas, un hombre, una mujer y dos niños (una familia, en este caso, extrañamente pequeña). Pues bien, antes de empezar a comer, la familia nos dijo que nos sentáramos con ellos a compartir la única comida que tenían para ese día. Nosotros declinamos el ofrecimiento, pero fue en vano. Cuando terminamos de comer: Cesar, Laura y yo, quisimos pagar, y tampoco fue posible. Nos despedimos impresionados por la generosidad y la calidez de esa gente, y, en el estómago con, quizá, el mejor arroz con pescado que comeré en años.
Y es que, así es Senegal. Las necesidades hacen que nadie sea más que nadie. Se vive un comunismo práctico que se lleva y se practica con devoción. Quien tienen hoy ayuda a quien tendrá mañana, en un círculo de cuidados y hermanamientos que ya no se ve, por desgracia, en el sistema occidental. Entendiendo esto de base, será posible acercanos un poco al fenómeno de los cayucos. Los inmigrantes no abandonan su pais pensando en ellos mismos, ni mucho menos. Lo hacen para ayudar siempre a los que dejan atrás: unos padres ancianos, unos hermanos mutilados, o una sociedad vencida por el hambre. Solo de esta forma se puede entender cómo se encomiendan a sus dioses y dejan en ellos la decisión de sus vidas cuando entran en la balsa. Eso sí, absolutamente todos aquellos con los que hablamos, sueñan volver a Senegal pronto.
El camino hacia Elenkin fue tremendo. Vadeamos al menos cuatro ríos, la carretera era de tierra suelta con unos baches que bien podrían ser bocas de pozos. El coche (una furgoneta vieja y desvencijada) levantaba una nube de polvo irrespirable, que acababa en mi barba acartonándola como un trapo de esparto. Pasamos por un pueblo llamado Oussouye. En ese momento desconocíamos que por completo que sería un pueblo para recordar a partir de aquella misma tarde, pero todo a su debido momento. Pasamos por Oussouye y después de un buen rato estábamos entrando en el pequeño pueblo ribereño de Elenkin.
Sigo disfrutando de tu aventura… por cierto, te escribí un mail a tu dirección de hotmail pero me lo devolvió así que te lo envié a la dirección del grupo. ¿Te llegó? ¿Dónde te envío los mails? Mándame uno con tu dirección habitual de contacto.
Todos los besos al nuevo mediador intercultural 🙂
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Se consuma la peor tragedia de la marea de cayucos
Los equipos de rescate de Salvamento Marítimo consideran que las posibilidades de encontrar con vida a los al menos cincuenta inmigrantes desaparecidos cerca de Canarias son ya nulas.
¿Hasta cuándo esta sangría? ¿Por qué ha de enfrentarse España sola a este problema? ¿Dónde están las organizaciones internacionales?
En unos años veremos estas tragedias como fruto de una sociedad insensible y cruel
Carlos Menéndez
http://www.creditomagazine.es
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