EL IMPERIO JESUÍTICO. Leopoldo Lugones.
Queridos amigos,
hace apenas diez minutos publiqué el post anterior sobre otra cita del Imperio Jesuítico de Leopoldo Lugones. No quiero romper la dinámica que he seguido en las críticas de los libros recomendados en la biblioteca personal de Borges, así que le paso la palabra y luego sigo con ustedes.
«Cabe decir que el hecho capital de la vida de Alonso Quijano fue la lectura de los libros que lo indujeron a la singular decisión de ser don Quijote. De un modo análogo, el descubrimiento de un texto fue para Lugones algo no menos vívido que la cercanía del mar o de una mujer. Detrás de cada uno de sus libros hay una sombra tutelar. Detrás de «Los crepúsculos del jardín», cuyo nombre ya es un poema, está la sombra de Albert Samain; detrás de «Las fuerzas extrañas», la de Edgar Allan Poe; detrás del «Lunario sentimental», la de Jules Laforge. Así es, pero sólo Lugones pude haber escrito estos libros, de fuentes tan diversas. Trasladar al rebelde castellano las cadencias del simbolismo no es poca hazaña. Homero, Dante, Hugo, Walt Whitman fueron esenciales para él.
Con «Rubén Darío y otros complices» (la frase es de Lugones) emprendió la máxima aventura de las letras hispánicas: el modernismo. Este gran movimiento renovó los temas, el vocabulario, los sentimientos y la métrica. Iniciado de este lado del mar, el modernismo cundió a España, donde inspiró a poetas quizá mayores, a Juan Ramón Jimenez y a los Machado.
Hombre de convicciones y de pasiones elementales, Lugones forjó un estilo complejo, que influyó benéficamente en López Velarde y en Ezequiel Martínez Estrada. Este exornado estilo solía no condecir con los temas. En «El payador» (1915), que inauguró el culto del Martín Fierro, hay una evidente desproporción de la llanura, que los hombres de letras llaman la «pampa», y los intrincados períodos; no así en «El imperio jesuítico». En 1903, el gobierno argentino le encargó la redacción de esta memoria, que es ahora este libro. Lugones pasó un año en el territorio donde la Compañía de Jesús ejecutó su extraño experimento de comunismo teocrático. En estas páginas hay una afinidad natural entre la exuberancia de su prosa y la de las regiones que nos revela.
Es interesante comparar este «ensayo historico» de Lugones con el trabajo análogo de Groussac sobre el padre José Guevara y su Historia del Paraguay. Lugones registra las leyendas milagrosas que pululan en los textos de los jesuitas; Groussac insinúa, al pasar, que una fuente probable de esa milagrería fue cierta bula que se refiere a la canonización con estas palabras precisas: «las virtudes no bastan sin los milagros».
Leopoldo Lugones nació en la provincia mediterránea de Córdoba, en 1874, y se dio muerte en 1938, en una de las islas del Tigre.»
J.L. Borges, «Biblioteca Personal»
Realmente me parece pretencioso hacer una crítica sobre este libro, después de las palabras de Jorge Luis Borges. Indudablemente queda claro que Lugones fue el escritor más admirado por él (no lo digo yo, sino él en varios sitios). Pero mantendré la compostura y afrontaré el reto -aún sabiendo que media una insalvable distancia entre él y yo -.
Les puedo decir que esta obra de Leopoldo Lugones (la primera que leo), me ha dejado perplejo en muchos sentidos. Lugones demuestra con ella que sí se puede escribir sobre historia desde la objetividad y la verdad. Ciertamente, esta obra no es otra cosa que un estudio de investigación serio y riguroso acerca del imperio que los Jesuítas impusieron en el antíguo Paraguay o, lo que es lo mismo, las tierras guaraníes a la sazón.
Mientras lo fui leyendo, la mente se me iba, en ocasiones, a reflexiones que me llevaban a un estado de lucidez tremendo. Lástima que la memoria humana sea efímera para muchos de los buenos pensamientos, y que esta obra tenga tantas puertas hacia ese estado que, habiendo entrado en una, uno se siente llamado por la siguiente. El Imperio Jesuítico de Lugones es un estudio impresionante. Y digo bien. Las primeras 30 páginas resumen magistralmente la historia de sudamérica y España, desde el momento de la conquista del Nuevo Mundo, hasta el reinado de Carlos III. Y lo hace a una velocidad de espanto, pero con una claridad aplastante. Luego ya, entrados en materia, va narrando las vicisitudes de la historia del paso de los padres jesuítas por los territorios guaraníes.
Es cierto, y ahora entiendo porqué, los jesuítas impusieron un auténtico régimen comunista y, sin embargo teocrático en sus dominios. Todos los hombres eran iguales, pero iguales en la miseria. Ningún resquicio se dejaba al arbitrio del progreso individual, ya que todo el avance (si es que lo había) era de la colectividad. Los indíos pasaron así de un estado silvestre – no salvaje, aunque sí selvático- a otro de sumisión completa so pena de muerte. Los Jesuítas, por su parte, no comían de los platos que preparaban, y les asistían tremendos privilegios, que los definiría incluso como arios. Así, eran ellos quienes determinaban lo que debían estudiar todos y cada uno de los indios guaraníes, cómo debían de vestir (llevaban uniformes), donde debían vivir (todas las casas eran iguales, e, incluso, después del matrimonio – etapa que en todas las culturas del mundo supone un paso hacia la libertad individual – estaban sometidos a los designios y los caprichos de los padres jesuítas.
En cierta medida, Ernesto Guevara promulgaba en sus discursos algo parecido en cuanto a la necesidad de que las desiciones de cada individuo fueran tomadas por el gobierno de la revolución, en pos de una búsqueda de satisfacer los intereses de la colectividad. Incluso defiende que será el gobierno de la revolución quien determine qué carrera debe estudiar cada uno de sus súbditos. Recuerden el post que puse antes que este, la libertad se tiene como un engendro miserable e innecesario de la ley, y ahí comienza todo el error, según creo.
En esta línea, las posturas de los jesuítas y las de Ernesto Guevara (personaje admirado por quien escribe, aunque no por ello no analizado como a un igual), se parecen en exceso e, incluso, diría que se confunden y, lo que es peor, se identifican. No podemos pretender, bajo pretexto alguno, que la colectividad eclipse al individuo, máxime cuando la voz de dicha colectividad está en manos de uno o unos pocos. El riesgo que se corre, de ser así, no es otro que el de identificar a todo un pueblo, sus deseos, sus necesidades, con la figura de una sola persona, que dice ser el portavoz de toda la colectividad. Yo represento al pueblo, yo soy el pueblo, yo pienso como el pueblo, el pueblo piensa como yo, yo pienso por el pueblo. La desembocadura de todo ello es la dictadura, el autoritarismo, o, en el mejor de los casos, el despotismo ilustrado que practicó en España Carlos III.
No queridos amigos, el pueblo es el pueblo, los ideólogos son los ideólogos, los revolucionarios son los revolucionarios y cada uno en su habitáculo aporta una cosa buena a la sociedad. Así el individuo se beneficia de todo ello, y goza de la libertad como de un bien en sí mismo, no como una concesión de la ley a la que se debe estar agradecido. El eclecticismo en esto es dañino, lo dice la historia a gritos. Es natural y esto agiliza las desiciones y hace posible la buena marcha de una colectividad, que el pueblo elija a sus dirigentes, o, que como resultado de una dictadura previa, los revolucionarios tomen el poder en nombre del pueblo. Pero más importante es que la lucha revolucionaria por la colectividad acabe devolviéndole el poder al pueblo en todo caso, aunque dicha lucha haya supuesto un riesgo cierto para la vida propia. Porque debe ser el pueblo, y no quienes lucharon por él, quien determine su futuro y su presente. De no ser así, la lucha revolucionaria no habrá sido un acto de generosidad y respeto al pueblo, sino una toma de reserva de los mejores puestos en la sociedad por la que se lucha.
De momento no tenemos otro sistema que el democrático, y hace aguas por todas partes. Sin embargo, aúna estos dos aspectos fundamentales: la libertad personal y la satisfacción de los intereses de la colectividad.
Esto no significa que podemos dormirnos en los laureles. Este bienestar individual que gozamos en este sistema tiene un tributo demasiado cruel para otros paises del globo (no hace falta recordar los cayucos), y esto, por sí solo, hace que tampoco se pueda sostener el sistema democrático que hoy nos asiste y que, claramente, está reventando desde su base.
Quizá los jesuítas se aproximaron al comunismo pensando que sería la panacea del bienestar colectivo. Pero algo falló: la creencia en una verdad absoluta, esa gran torpeza de la iglesia que la ha convertido a lo largo de los siglos en la mayor aniquiladora de culturas y religiones, y la inexistencia de las garantías y de los derechos humanos, anacrónicos con aquella época. La misma creencia que tuvo el Che en sus discursos, no ya con la religión, pero sí con la verdad absoluta que para él y los suyos soponían sus ideas revolucionarias comunistas. Indudablemente, en toda colectividad hay un grado de homogeneidad y otro de heterogeneidad. La unidad de un pueblo está determinado por el primero, pero jamás se puede olvidar el segundo. El hombre, así tomado de uno en uno, es un amalgama de derechos y libertades nada desechable y legítimamente respetable. Luego, el grado de homogeneidad no debe buscarse a la fuerza, aniquilando a los disidentes; antes bien, hay que defenderlo desde una concepción más digna y realista.
Si tomaráramos a la humanidad entera como una colectividad en si misma, respetando sus costumbres y favoreciendo el mestizaje y el conocimiento mutuo posiblemente podríamos hablar más positivamente del futuro político del hombre. La abolición de las fronteras, entonces, nos conduciría a un comunismo social y prudente, que entendiera que lo común no implica excluir al ser humano como individuo, sino integrarlo, aceptarlo y tenerlo en cuenta. Un solo pueblo: la humanidad sin fronteras, cuyos dirigentes estén, eso sí, controlados por el pueblo, y jamás a la inversa. Pero estas divagaciones mías puede que sean más propias de un visionario que de un hombre cuerdo. De momento que hablen los abrazos.
Sea como fuere queridos amigos, si les gusta la historia, y los libros muy bien escritos este libro no pueden dejar de saborearlo. Por cierto, y en cuanto al estilo, cada palabra es una ficha de un puzzle que cuadra perfectamente. Da la sensación de que no hay palabra alguna sustituible. Toda una delicia para los amantes de la narración.
Reciban mi abrazo y mi sonrisa.
Narwhal Tabarca.
Estoy muy de acuerdo con lo que dices de que cada uno, en su nicho, aporta al común ideas, pensamientos y colores de fondo, que nosotros, dándoles los matices de nuestra cultura y lógica, hemos de coger. La ideología personal se dibuja como un cuadro, donde coges diferentes colores-pinturas-ideas de la paleta y las transformas en pro de tu lógica. Muchas ideologías equivocadas surgieron de ideas matrices geniales, que pretendían hacernos mejores (al ser humano).
Ahhh, la libertad….Me tienes que dejar el libro del Imperio Jesuítico pero ya. Me paso por tu casa en plan saqueo muy pronto (me presento con una furgoneta y un par de negros con cajas de cartón y palets: que vengo a saludar nada mas hombre…)
Joer, yo me metía aquí a hacerte la púa y ponerte alguna crítica en plan replicante y termino reflexionando. Chuoosssss…. y no me he fumao ni uno….
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Estimado Señor:
Los hombres a los se refiere como jesuitas hicieron lo impensable en un mundo sometido al totalitarismo y el absolutismo: otorgar identidad y dignidad a pueblos desplazados por la codicia y la ambición enfermiza. La Compañía de Jesús dedicó en sus Colegios Mayores, Seminarios, Universidades, Misiones y Haciendas a dar vida a pueblos totalmente marginados. Como educadores de la nobleza europea y de la naciente burguesía promovieron valores que como clase, estos grupos nunca tuvieron. Si usted investigará más sobre la sapiencia de los jesuitas y su legado histórico, moral y ético dentro de la Pastoral de La Iglesia Católica se daría cuenta del grueso error de su análisis. Los jesuitas no son «curitas» de pueblo, metidos en sus cucufatas y moralistas visiones limitadas. Filósofos, ingenieros, economistas, abogados, médicos, historiadores, etc; los jesuitas son quizás el único segmento de la Iglesia que pide como exigencia una carrera «civil» aparte de los estudios pontificios de teología y filosofía. Fuí educado por ellos como muchos miembros de mi familia y puedo dar fe de su profunda vocación de servicio hacia los demás. No es casualidad que la Compañía de Jesús sea la corporación multinacional más antigua del mundo moderno. Específicamente hablando de su obra misionera, es un error pensar que los jesuitas instalaron en la América Española un regimen acaso parecido al comunismo. Nunca más lejos de la verdad. Por ejemplo, en las haciendas administradas por los Padres en los siglos XVII y XVIII en Lima, supieron con pericia gestionar verdaderos emporios agro industriales con métodos de gerencia que se adelantaron dos siglos lo menos a los actuales: redistribución de utilidades, gerentes financieros, controllers, gerentes de operaciones, agro exportación, control de calidad, etc. todo un aparato milimétricamente concebido para hacer de sus propiedades el mejor exponente del agro en el Perú. Si a esto le sumamos la participación patrimonial de lo recaudado en las haciendas para luego ser redistribuido entre indios, esclavos y empleados llegamos a la conclusión que fueron los primeros en otorgar una suerte de «títulos de propiedad» a sus subordinados. ¿Acaso esto no es la mejor muestra de lo poco o casi nada «comunistas» que eran?. Así por ejemplo, a una familia de esclavos de la hacienda San Juan de Villa en Lima le correspondían 2 hectáreas, parcelas de panllevar y ganado menor. Les daban propiedad a negros esclavos en pleno siglo XVIII, cosa inconcebible en esas épocas. Propiedad privada, redistribución de utilidades, juntas de accionistas, conceptos que más correspoden a una empresa privada que a una cooperativa comunista de Cuba…justamente esa forma tan eficiente de desarrollar libre empresa y de otorgar derechos y propiedades privadas a los marginados fue lo que llevó a la Corona Española a expulsarlos en 1767…
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Estimado Eduardo,
Muchas gracias por tu análisis exhaustivo del comentario. Permítime documentarme un poco mejor sobre el tema para poder darte una respuesta a la altura de tu estudio.
Mientras tanto, recibe mi abrazo y mi sonrisa.
Aquí siempre serás bienvenido.
Narwhal Tabarca.
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Encantado de la vida estimado Narwhal, lo de los jesuitas en sí mismo es un tema muy largo y complejo para desarrollarlo en este foro; sin embargo, dejo a reflexión algo que me dijo un amigo y que me dejo soso y sin respuesta: «los jesuitas son agnósticos vestidos de sotana», me parecio genial.
Desde Lima, el cariño de siempre…
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conseguime un resumen de los crepusculos del jardin
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johan, no conozco los crepúsculos del jardín, pero lo buscaré, y te comento algo…
Un abrazo, una sonrisa
Narwhal Tabarca.
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