DIEGO OJEDA
Querido Diego,
No por ser un trovador de voz profunda, que hasta los tuétanos hiela (gracias Espronceda), que hace despetar los muertos sentimientos de la ausencia e inquietar hasta a los baldosines de una facultad -no estuve, pero lo sé-, de un bar -estuve y la memoria se torna sonrisa y añoranza-, o por dar vida, quizá, a las fotografías de quien te ama y te espera – Gracias Ovahe, por tu ojo que todo lo ve-. No por ser, además merecedor de la admiración de los niños que te acompañan a todas las esquinas, en presencia o en recuerdo, ni por regalarme sus sonrisas cuando tuvimos ocasión. No por nada de eso, o, tal vez, no solo por eso, compañero. Te admiro, y mi agradecimiento me hace sentirme en deuda contigo cada vez que recuerdo tu guitarra tañendo como la de los grandes, en cualquier rincón, en todos los tugurios (tugurios ¡denme tugurios! ¡yo solo quiero tugurios! – diría Lizanote de la Mancha, después de escucharte cantar), en todos los recuerdos, cuando se abre la puerta con voz de Bebel Gilberto y me salta dentro, vivo aún, el recuerdo de un cubata de libros, que por pajita lleva un pincel y por literatura los abrazos que nos dimos entre amigos y sentimientos.
Querido Diego, te debo una disculpa. Me avisaste, te hacía ilusión verme en tu debut, me hacía ilusión verte en tu debut. Y, sin embargo, ya habría terminado cuando salí de la oficina ayer a las diez de la noche. Me fue imposible. Ni una llamada, ni un mensaje de apoyo y ánimo, nada te otorgué desde mi silencio sureño. Pero, querido amigo mío, estuve contigo en el recuerdo y la rememoranza de los mejores momentos.
Eres uno de los grandes, compañero. Así te tengo dentro de mí. Espero verte pronto. Te quiero.
Un abrazo, una sonrisa,
Narwhal Tabarca.