Tremendo descubrimiento el mío, cristiano.


Queridos amigos,

En primer lugar, les vuelvo a pedir disculpas por mi abandono del blog durante este tiempo. Si no he escrito, saben bien que no es porque no les haya considerado. Unas veces incumplo mi trato de tenerles informados de las cosas que me suceden, pero es, simplemente, porque otras cuestiones han consumido mi tiempo con bastante capricho.

Hoy les quiero hablar de un descubrimiento que he hecho. Estoy viviendo en Asunción, como muchos ya saben, más concretamente en una de las esquinas de la Plaza Uruguaya -curioso detalle si consideramos que Uruguay fue uno de los paises enemigos que estuvieron en la guerra de la triple alianza (junto con Argentina y Brasil) y que costó el final de la hegemonía de Paraguay. En fin, grandes cuestiones de la diplomacia, supongo y tampoco es que venga al caso ahora mismo. El hecho es que la plaza no es pequeña ni grande, una cuadra, como dicen aquí. Pues bien, al otro lado hay dos supermercados, uno de cuyo nombre no me acuerdo (y no porque no quiera), y otro llamado «El pais». Lo cierto es que uno está frente a otro, y se deben hacer una competencia atroz. La primera vez que fui a comprar víveres para el piso entré en el primero. Era una suerte de almacén, medio vacío, con carros casi diría de hojalata cuyas ruedas giran siguiendo una teoría física que no descifro bien, quizá no giran y eso puede justificar el dolor de muñecas que tenía al día siguiente. No se, lo cierto es que aproveché y me dediqué a llenar el carro de todo cuanto vi que podía necesitar en mi casa, que estaba vacía. En estas circunstancias ya se pueden imaginar que cualquier cosa que veía tenía unas ganas tremendas de dar un salto al carro para ocupar uno de los millones de huecos que pueblan mi cocina. Y siguiendo más el instinto de las cosas que el de la prudencia, cargué el carro de líquidos, que de por sí son pesados, sin ningún tipo de reparo. Una garrafa de aceite de cinco litros, seis botellas de cerveza de uno, no se cuantas botellas de refresco, zumos, leche…. Todo ello sin contar las galletas, el champú, el azucar, la sal, en fin, no les enumero aquí mi lista de la compra porque sería aburrido. Al peso es a lo que voy, queridos amigos, al peso. Cuando pagué todo aquello y miré para las bolsas comprendí que tenía un serio problema. Pero me armé de valor. Agarré con la mano derecha el conjunto de bolsas que me pareció más liviano, el más pesado lo reservé para mi otra mano, la fuerte., y puse rumbo a casa, con más voluntad que posibles.

No hube dado cincuenta pasos cuando me di cuenta de que aquella hazaña mía no era más que un despropósito. Los brazos amenazaban con crujir y caer a ambos lados de mi cuerpo. La gente me miraba como si fuera una menina, con la falda a ambos lados, aparatosa y blanca con cientos de logotipos del supermercado que me había dejado marchar a mi suerte, y del que me separaba con muchísima menos velocidad que la pretendida. Es cierto, cuando entré en la plaza Uruguaya ya pensé que no podía seguir, lo peor es que solamente había cruzado la calle. No exagero, los brazos me dolían una barbaridad, y todos los bancos de la plaza me parecían pocos y distanciados unos de otros para poder descansar. No hacía más que pensar en qué haría en esa situación si vinieran a atracarme. Podría usar la botella de aceite como arma arrojadiza, pero para ello era necesario que los brazos tuviesen la fuerza sufiente, y ya escaseaba una barbaridad. Seguí adelante. Tardé cerca de media hora en una trayecto que, así, con el único peso del cuerpo y la ropa, se hace en cinco minutos, quizá menos.

Al día siguiente las agujetas me iban a partir los brazos, y los hombros. Estuve extenuado al menos tres días. Había descubierto algo, ir de compras sería un martirio constante. Por este motivo no pasaron menos de dos semanas hasta que decidí ir a comprar otra vez, pero en este caso cambié de supermercado. Debía haber alguna manera de hacer que las compras fueran algo llevadero, me resistía a pensar que este martiro fuera compartido por todos los habitantes de Asunción. Así que llegué al supermercado «el pais» y me senté en la puerta a observar. La gente entraba, al rato salía cargada de bolsas, yo contemplaba, y se metía en coches. Eso no me valía, no era una solución a mi problema. Así estuve, una media hora, hasta que vi una señora que entró. No reparé demasiado en ella cuando lo hizo, sin embargo si recuerdo que habló con un chico que había en la entrada. Lo que me sorprendió fue lo que sucedió cuando pagó. Vi que traía un carro acaso tan lleno como el mío, había llegado andando, luego no se iría en coche. Estuve atento mientra pagaba. En ese momento vi cómo le hacía una señal al chico con el que había hablado minutos antes, y este, no se de donde, ni se de qué manera, se acercó con un carro enorme, de estructura extraña, y ruedas neumáticas. Recogió todas las bolsas de la señora y salió con ella del supermercado. Ella, llevaba los brazos libres, y a su lado iba una compra imposible de transportar por otros medios más que por aquel carro tan extraño que no había visto jamás. Ja! me dije! he aquí el truco!.

Compañeros, tengo la cocina llena de comida, no sé que hacer con tantas cosas. Y lo mejor de todo es que mis brazos están tan descansados como un bebé que duerme junto a su madre. Así de tontos pueden ser los errores de los novatos cuando se llega a un sitio nuevo. Observación, decía Dalí. Lo repito y lo patrocino.

Un fuerte abrazo, mi queridos amigos, una gran sonrisa, y una cervecita con una tapita de manises! que gustazo!

Narwhal Tabarca.

2 Comments on “Tremendo descubrimiento el mío, cristiano.”

  1. Jajajaja… qué bueno!

    Me encantó leer tus peripecias a la hora de hacer la compra!

    Tus dos supermercados son un ejemplo más de lo que es este mundo: dos extremos. Menos mal que en este caso tú puedes elegir qué lado alcanzar, y eliges el cómodo, si no, nos quedaríamos sin tus brazos!

    Un abrazo. También para ti mi sonrisa (que esta mañana ha llegado con tus palabras).

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  2. Y si, teniendo el supermercado enfrente de tu casa, hubieses hecho pequeñas compras diarias en vez de una grande? Yo lo veo bastante más lógico, jajaja. Me alegro de que, por fin, actualices.

    Un beso enorme para tí y un achuchón para «Bizcocho» 🙂

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